El miércoles 7 de agosto presentamos de manera conjunta con la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACh), y la Comisión Estatal de los Derechos Humanos el trabajo del artista plástico Daniel Millan, en el evento participaron actrices y activistas que hicieron una lectura de textos que complementan la obra, a la par, mujeres activistas, feministas, defensoras de derechos humanos y académicas aportaron breves comentarios de la serie "La crisis como esencia de la experiencia religiosa:
Encontrar en lo tradicional experiencias libres de
estereotipos, creer en la virgen sin tener que ser virgen, poder tener fe en
algo o alguien, sin dejar de ser… mujer, hombre, lesbiana, homo, bi o trans,
romper con la trilogía madre-puta-santa… Eso y más contiene la serie de Daniel
Millan, por ello es un aporte que es digno de ser visto.
Silvia
Heredia Martínez (España-Honduras)
Dicen que son artistas quienes expresan sus
emociones y pensamientos a través de sus creaciones.
El universo simbólico en el trabajo de Daniel,
el uso de tintas, pinturas y sustancias coloridas le permiten mostrar realidades
que desde la metáfora enfrentan sus personajes: transgresoras, marginados
sociales, seres vulnerados, y a la par de esta categorización se reflejan
conciencia, identidad, dignidad y fe, elementos que bien podrían enmarcarse en
la palabra “justicia.”
Daniel, quien habla desde el feminismo es
consiente que “la mujer no nace, se hace,” que la sexualidad no se elige, se
descubre, y por ende, el género es una construcción social. Daniel, el artista,
nos permite ver el contacto que tienen con su alma, demuestra que hay
violencias sobre los cuerpos que son causadas por estereotipos y fronteras
imaginarias que discriminan; habla de mujeres violentadas por los roles
impuestos que han desempeñado en una sociedad milenariamente patriarcal. Pero
más allá de lo que puede considerarse arte-denuncia, deja claro que sí existe
una vinculación entre arte, género y derechos humanos, en su lenguaje: la
pintura, y entendiendo que el lenguaje es la mascara del pensamiento, me queda
claro que esta serie está cargada de conciencia, de compromiso, y de un ejercicio
de observación que bien puede apreciarse como una forma para decir lo
indecible, para gritar eso que nos es
tan doloroso poder expresar y denunciar de otras formas.
Linda Flores
(Chihuahua, México)
"Dios
ha muerto. Dios sigue muerto.
Y
nosotros lo hemos matado."
Nietzsche, La gaya ciencia
La sociedad
moderna está en agonía. El
resquebrajamiento no ha impactado solo al modelo económico; el colapso permite dar cuenta
de la dependencia social y cultural que los estereotipos de género han aportan en el sostenimiento del mismo.
El
señalamiento nietzcheano sobre la muerte de Dios, engloba en sí la nueva
travesía de la sociedad moderna, en la cual el individuo luce como un ser
desprotegido. La caída de los dioses del
mundo moderno, enmarcado en el modelo patriarcal, no ha significado la
transformación de ciertas estructuras o estereotipos, por el contrario, la
crisis de la modernidad se reafirma y da
golpes de supervivencia en la reproducción de los roles tradicionalmente
asignados. El reacomodo social permite la incursión de nuevos referentes, de
una nueva fe, pero que no cuestiona ni transforma la división social del
trabajo ni las asignaciones culturalmente dadas a hombres y mujeres.
Una crisis
de la modernidad, sin referencias espirituales, nos insta a indagar hacia
nuevas creencias; produce como señala Lipovetsky, una crisis del porvenir,
donde los individuos como seres abandonados, sin dirección, huérfanos de fe, tenemos
que adaptarnos a una sociedad en constante movimiento, regida por los avances tecnológicos
que mutan y evolucionan día con día y por ende, que plantean nuevas formas de
moralidad en la que el individuo, alejado de la colectividad es el eje y fin
principal.
Las diez
piezas presentadas por Daniel Millán, evocan a aquellos discípulos herederos del evangelio que permitió el
sostenimiento de la moralidad cristiana y
que hoy nos arroja a una era del vacío, con mayor incertidumbre; lo que produce
una proliferación de dogmas, que contrario a lo que se pudiera esperar, realzan
la división de clase, pero particularmente de género.
En un
intento de sincretismo de la posmodernidad, el autor plasma con perspicacia los
retos de esta nueva era, en donde la soledad y sensación de orfandad, arroja al
individuo a nuevas búsquedas de identificación
y creencias que brinden certezas.
Y allí tenemos a una ama de casa que tiene bajo su mano el cuidado
del hogar encomendada a "Nuestra Sra. de Peltre" , o al padre de familia que carga sobre sus
hombros la economía familiar orando al
"Santo sr. de la bujía" o una familia fracturada por la migración encomendada
a "San Juan de los Mojados", estas
son algunas de las trasformaciones que Daniel Millán retoma en sus piezas, donde la idea del progreso se ve agotada
y la fe necesita ser de nueva cuenta renovada.
Leyla Acedo Ung
(Sonora, México)
La monja virreinal
es la imagen de lo que el hombre espera de la mujer, lo que nos dijeron que
está bien. El estar obligadas a ser delicadas, suaves, tiernas, bondadosas,
sumisas, religiosas, inmaculadas, virginales, serviciales, y todas esas cosas
bonitas que no sirven de mucho en la vida diaria.
El problema de la
sociedad, es que típicamente nuestras madres -las cuales también entraron al
rol de sacrificadas y abnegadas- nos enseñaron a rezar antes que darnos a
conocer nuestros derechos y obligaciones, a lucir bonitas antes de aprender a
decir "no" a una persona con la que no queramos estar, a coser y a
hacer comida antes que estudiar y prepararnos, a no seguir a una persona sino a
seguir una vocación, un sueño, una meta.
Muchas veces se ha
dicho que el cuerpo es nuestro templo, el cual pretendemos llenar con paredes
de oro y opulencia como las iglesias que tanto pelean por su estética, por
demostrar poder con su apariencia, en lugar de buscar devotos que lo veneren
como debe de ser.
Hay que dejar que
una víbora juegue con nuestro cuerpo, saber que muchas veces la manzana sabe
mejor si está llena de pecado, el poder ponernos de rodillas no sólo frente a
un altar, sino ante un hombre y enamorarlo, encontrar el paraíso en nuestro
cuerpo y compartirlo con quien queramos.
Por ello, debemos
de aprender que la oración no va para nadie más que para nosotras mismas, para nuestro interior, el ser un espíritu emancipado, dejar
de estar encarceladas por nuestros sentimientos, pero sobre todo, por nuestras
culpas.
Marisol Marin (Chihuahua, México)
El ama de
casa: Nuestra Sra. Del Peltre
Una mujer morena con gesto de resignación sostiene
con desgano un peltre limpio con una marca roja en el centro. En la alegoría religiosa se confunden las
nubes de la anunciación con la espuma del detergente. El contraste de colores
entre el vestido y la túnica concentra la atención en el peltre. La marca roja
cercana a la pelvis sugiere una evidencia más o menos explícita a la
violencia. A la vez que simboliza los roles de género tradicionales dentro de
la esfera privada que son cocinar y lavar trastes por la espuma usada y el
sartén que ensangrentado simboliza lo violencia de roles tradicionales de
género.
La pérdida del imaginario infantil: Santa Niña Roja
Una niña con una mirada triste reposa su rostro
sobre sus manos en actitud compungida. Los largos y rojos cabellos sostienen
atados en sus puntas varios crayones de colores. La superposición de dibujos
infantiles logra un contraste entre melancolía de la composición y la vivacidad
arcaica de sus trazos. La luz de su vestido justo en la parte del vientre, como
una garra expresa el arrebato de su
inocencia y de la posibilidad de poder disfrutar de la alegría de ser
niña.
El homosexual. Nuestro sr. De la Magnolia
Un cuerpo desnudo de rodillas y en tensión aparece
atravesado por tres flechas. En una alegoría de la santidad, aparece flanqueado
por flores blancas que parecen magnolias. La recreación del martirologio
presenta un paralelo con las persecuciones de nuestros días. El rostro denota
sufrimiento al ser cazado por tener preferencias sexuales distintas, el
personaje logra transmitir sufrimiento y cierta rabia por ser maltratado por
una sociedad que no tolera la diferencia.
La víctima del narco. La virgen de la Bala-nza
En una apelación a la religiosidad popular tan
presente en las subculturas del narcotráfico, una virgen en trance extático
trata de conciliar la muerte con la piedad.
El juego del rosario que se cuela entre las dos manos y un arma al
parecer automática refleja la complejidad de la encrucijada. Expresando la
dicotomía de la doble moral donde matar no es suficiente pecado si se reza.
El estereotipo femenino. La real coronada
Un rostro de mujer aparece circundado de una tela
con dibujos constantes que asemejan la filigrana. Alrededor, como prendedores, cuelgan de forma
provocadora los estereotipos de la feminidad. En una alegoría a la vanidad,
instrumentos para maquillaje y para los afeites, y siluetas femeninas
voluptuosas contrastan con la sobriedad de la tela que sirve de fondo. El
rostro enmarcado en esos roles de los que no puede escapar con el fondo rosa
logran transmitir una sensación de derrota y sumisión ante lo impuesto.
Definitivamente la mujer no es protagonista de su propia condición, esta a
merced de los condicionamientos sociales que son superficiales y externos y
poco tienen que ver con su poder verdadero, de sujeto transformador de su
propia realidad.
La complicidad, la indiferencia ante las crisis.
Santo señor de los ciegos
Un hombre ciego en posición sedente es recreado en
su mundo imaginario. La alegoría con la santidad funciona como una ironía donde
la quietud y la ceguera aparecen como antivalores frente a los problemas y la
crisis. La violencia de los estereotipos de género no cuentan, no son
observables por el Señor de los ciegos que es una representación de la
sociedad: ciega, inmóvil, indiferente, frente al fenómeno. En parte debido a
que la misma sociedad es causante de dicha violencia, por tanto es mejor no ver
lo que se genera a través de las relaciones sociales cotidianas. El señor de
los ciegos solapa la indiferencia en la medida en que hay un acuerdo implícito
con todos los sectores de permisividad.
Anayatzin Ramírez Andrade (México, Colombia)