Fue el 16 de agosto de 2008 la trágica muerte de 12 jóvenes y un bebé, en el poblado de Creel. Ahora recordamos 3 años cargados de frustraciones, llantos, protestas, aunque también de esperanzas jaloneadas por las impunidades e ineptitudes oficiales para ofrecer investigaciones que terminen en justicia.
Volvimos a marchar por Creel con el dolor de los meses y las horas que se siguen sumando, sin justicia y sin verdad. Y marchamos porque no podemos permitir que se borre la memoria y se olvide la historia; y marchamos porque es necesario recordarle al gobierno que llevamos 3 años de vergüenzas, de dolores y de afrentas, envuelto todo en impunidades, corrupciones y mentiras. Y marchamos porque si el gobierno le apuesta al olvido, nosotros le apostamos a la memoria, pues “…somos la memoria que tenemos. Sin memoria no sabríamos quiénes somos”, nos dice José Saramago.
Nos acompañaron organizaciones de la sociedad civil que caminan igual que nosotros entre noches de obscuridad y días de neblinas espesas, protestando por el familiar desaparecido, por la hija masacrada o el amigo enfermo de “daño colateral”. Su presencia fue ungüento para el dolor y fortaleza para el caminar. Llegaron de Chihuahua, de Cd. Juárez, del DF en representación de Javier Sicilia y el Movimiento por la Paz.
Era importante abrazarnos, sabernos acompañados, solidarios con muchos que buscan como nosotros la justicia y la verdad para poder construir la paz; “…abrazarnos para romper la soledad y el dolor que los criminales y un Estado omiso, cooptado y corrupto nos han impuesto” como escribe Javier Sicilia.
Y es que no podemos permitir que los muertos de hoy sepulten a los muertos de ayer, ni tampoco permitiremos que los muertos se vayan apilando, uno encima de otro, ni acaben siendo simples estadísticas, porque los muertos tienen nombres, familias, historias.
Marchamos para recuperar nuestra “conciencia colectiva capaz de imponer la dignidad ciudadana frente a un poder que históricamente ha hecho todo por negársela” (Lorenzo Meyer).
Personalmente y a nombre de las familias de los muchachos masacrados, hace seis meses se le hizo una invitación al Presidente Calderón para que viniera en este día. Ni una nota de agradecimiento a esa invitación, mucho menos una palabra de aliento ni la justificación de su ausencia. Y era lógico, aquí no hay reflectores ni prensa internacional, ni espacios para crear “mesas de trabajo” como se hizo en Juárez; aquí no están los ojos fijos como en la ciudad fronteriza, ni se arriesgan inversiones de maquilas; tampoco hay presiones que lo sientan a ‘dialogar’ en el Castillo de Chapultepec. Así de ‘cercana’ es la persona del Presidente al pueblo, así de ‘solidario’ es el Presidente con el dolor del pueblo, así de ‘preocupado’ está el primer mandatario del País por la paz y la justicia. De ese tamaño es su altura. Olvidó que aquí “el dolor hecho indignación, sin dejar de ser dolor, fue la primera voz colectiva que se elevó en el Chihuahua aterrorizado. Que fue la demanda indeclinable de justicia la que hizo visible la violencia fuera de Cd. Juárez”. Que aquí hay “…un puñado de hombres y mujeres valientes que hacen patente su dolor enfurecido…”. Frases todas de un gran amigo, Victor Quintana, que por un accidente tuvo que escribirlas desde Chihuahua en un bello mensaje que nos envió.
Después de una celebración religiosa tenida en el lugar de la masacre, el micrófono quedó abierto para que se compartiera la palabra, el dolor, el llanto y las ilusiones. Y terminamos colocando una placa de bronce en el centro de la plaza, sobre una pequeña columna. En ella se queda para la historia este texto:
“Porque el hombre es capaz de las peores atrocidades, y no podemos permitir que se borre la historia ni se pierda la memoria, se construyó esta plaza por la paz –símbolo de la barbarie y la impunidad- a la memoria de los masacrados en este lugar el 16 de Agosto de 2008”, y quedan grabados los 13 nombres de los muchachos.
Celebramos también el amor con el abrazo de todos para todos; con la voz de los todos que unen gritos y reclamos igual que unimos caricias y presencias.
P. Javier Avila A., S.J.
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